miércoles, 9 de enero de 2013

Gritos silenciosos

Ahora tengo muy claro quién fue el culpable, pero durante años he pensado con odio en ese fotógrafo desconocido que le vendió al destino la batuta para dirigir mi vida por derroteros de sufrimiento. – Paula

En fin, de nada sirve lamentarse ahora que la vida está vivida. – Paula


Me quedo desnuda, físicamente desnuda y psicológicamente mucho más desnuda, sin ropa, sin pertenencias, sin dignidad, sin esperanza. – Paula


Entonces ya había aprendido algo espeluznante: que cuando pensaba que había tocado fondo, que no podía ocurrirme nada peor, me equivocaba. Ya había experimentado el intenso deseo de morirme. Ahora ni siquiera eso me era dado. No podía desear morirme porque estaba embarazada. – Paula


Y así, por un golpe de fortuna, porque la bolita cayó en el veintisiete, impar y pasa, y no en ningún otro número, mi hija está viva y yo posiblemente también. – Paula


Yo vivía sumergida en el fluido del pánico y había desarrollado branquias para poder respirar en él, en lugar de revelarme y lograr salir de la pecera. – Paula


Si las normas que él imponía hubieran sido igual de duras pero constantes y sujetas a una lógica, por lo menos yo me habría podido manejar mejor: era como jugar al ajedrez contra alguien que moviera su caballo como una torre cuando le viniera en gana. - Paula 


Afortunadamente, nunca es tarde para amar. – Paula


El hacer que me arrepintiera de lo que había deseado era una táctica común en él. – Paula


Hay cosas a las que una persona no puede ni debe acostumbrarse. – Paula


Se daba la triste paradoja de que cada vez que Carolina volvía con nosotros, yo me sentía egoísta, pues sabía que estaba más segura con mis padres, en tanto que mis padres pensarían que era una egoísta cada vez que se la dejaba a ellos. – Paula


Señora, aunque usted meta las sábanas en la lavadora, limpie las manchas de la moqueta y tire las almohadas para comprar otras nuevas, siempre quedan restos de sangre y, cuando tengo que limpiarlos, se me rompe el corazón; aunque la casa es grande, yo oigo los gritos y los golpes del señor y muchas noches no paro de llorar por lo que usted tiene que sufrir, y de verdad, señora, yo no puedo aguantar más esta situación. – Isabel


Muchas veces preferimos contar nuestras intimidades a un desconocido que a nuestra amiga más cercana. – Paula


Además, con una vida como la que llevaba, cualquier cambio solía ser bien recibido por mí, porque aunque había comprobado que siempre se podía ir a peor, lo cierto es que el presente era tan nefasto que prefería no mantenerlo y arriesgarme a lo venidero. – Paula


Me sentía tratada como persona, lo que para mí era más que mucho. – Paula


Dime de qué presumes y ti diré de qué careces. – Paula


Empezaba a creerme mi propia felicidad, que la apreciaba como el que está perdido en el desierto aprecia el agua, como el náufrago la tierra firme, como el soldado la paz que termina con una guerra; pero en este último símil podemos encontrar una sombra: no siempre el soldado es feliz en la paz. Para algunos, la guerra ha supuesto una forma de vida, y son incapaces de acostumbrarse a una nueva sociedad donde las armas no detentan el poder, donde la violencia no es la razón. No quiero decir con ello que yo no me acostumbrara a la paz en mi hogar; yo no había luchado, no era soldado, sino inocente víctima civil. – Paula


Como si me hubiera librado de una pesada carga que hubiera llevado toda mi vida, me sentía ligera; como si me hubiera curado milagrosamente de una incurable enfermedad de nacimiento, me sentía sana y con energía; como si me hubiera despertado de una terrible pesadilla, me sentía aliviada pensando que el pasado no era sino un mal sueño. – Paula


Hijos, muchos hijos, y un rastro imborrable de luz dejaremos si sacrificamos el egoísmo de la carne. – Josemaría Escrivá


Entonces empecé a pensar que estaba malgastando mi existencia sin hacer nada más que sobrevivir. – Paula


Ellas no hace falta que sean sabias, basta con que sean discretas. – Josemaría Escrivá


Su mujer no era más que una pieza de la maquinaria de representación que le llevaría a realizar sus desmedidas ambiciones, un cuerpo con el que saciar su apetito sexual, una secretaria que le organizaba su hogar, un despertador que lograba arrancarle de la cama para que acudiera a trabajar y una válvula de escape con quien pagaba sus complejos y frustraciones. – Paula


Me gustaría dormirme y despertarme feliz o no despertarme nunca. – Paula


SAN PER: Quien juega conmigo siempre pierde. Es la propina del camarero, a no ser que quieras quitársela para poder poner gasolina al coche o para poder cenar hoy.
PAULA: Gracias, pero se las dejo al camarero, aunque seguramente las necesite yo más que él, pero ya estoy decidida a no permitir que me humilles más, se han acabado los malos tratos, olvídate de mí para siempre, excepto para pagar la pensión de los niños y las cochinas cincuenta mil pesetas que te obliga durante dos meses el injusto convenio que has firmado y que yo firmé únicamente para librarme de alguien tan espantoso como tú, así que deja de hacerme la vida imposible y, por favor, explícales a los niños por qué no me dejas que esté con ellos, pero diles la verdad, aunque ya sé que esperar que digas una sola verdad es ser demasiado optimista, porque tú te crees perfecto, pero en realidad no eres más que una mierda.
SAN PER: ¡Repíteme lo que has dicho, si te atreves! ¡Vuelve a decirme algo así y te cruzo la cara!
PAULA: ¿Me vas a pegar más? ¿Me vas a pegar otra vez, cobarde? Porque eres un cobarde, ¿lo sabes? Sólo eres capaz de pegar a una mujer; estoy segura de que ante un hombre habría que ponerte Dodotis.

Le aclaré al padre Joaquín que mi marido me había pegado y me hizo ver que ya estaba informado de ello, que él mismo le había confesado que se había dejado llevar por un pronto y me había dado una bofetada, y añadió que en lugar de huir como había hecho, mi obligación de cristiana era poner la otra mejilla. – Paula


Yo tenía ahora un arma muy potente: había perdido la vergüenza. - Paula



 
Gritos silenciosos, de Paula Zubiaur

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